La ciudad de Luque, reconocida por su rica tradición artesanal en la fabricación de guitarras, vive hoy un momento crítico. Lutieres con décadas de experiencia denuncian el abandono institucional, la falta de mercados y el desinterés de las nuevas generaciones, lo que pone en riesgo la continuidad de este valioso patrimonio cultural y el sustento económico de varias familias, sobre todo en las compañías de Marín Ka’aguy y Cañada Garay.
Nota y fotografías: Sebastián Jara Figueredo
Miguel Villalba, lutier con 35 años de experiencia en Cañada Garay, describe con crudeza la situación: “Por ahora prácticamente no vendemos nada. Hay dos a tres meses que no hay venta de guitarras, no hay movimiento. Apenas estamos sobreviviendo”. Trabaja en la Asociación de Arpas y Guitarras Oñondivepa, y estima que para alcanzar ingresos básicos, cada artesano debería vender al menos tres guitarras al mes, con lo que apenas se llegaría a dos millones de guaraníes, “todavía insuficiente para sobrevivir dignamente”.
Además de la baja demanda, Villalba denuncia la competencia desleal de guitarras extranjeras, especialmente las chinas, que se ofrecen en supermercados desde 500.000 guaraníes, mientras las locales —para estudiantes— rondan los 750.000 a 850.000 guaraníes. “Si no hay mercado, los lutieres tendrán que dedicarse a otra cosa. No hay futuro en esto, el futuro veo negro, negro, negro”, sentencia.
Tradición familiar sin herederos: el caso de Ricardo Sanabria
Ricardo Sanabria, empresario y fabricante de guitarras, recuerda con orgullo el origen de la tradición: “Mi abuelo Cantalicio Sanabria aprendió de su suegro, Espirión Chávez, uno de los primeros fabricantes en Luque”. Desde entonces, la familia mantuvo el legado, que ahora ve en peligro de desaparecer. “Mis hijos ya están en otros rubros. Yo calculo que la fabricación de guitarras en Luque, al menos del lado de los Sanabria, puede durar 15 años más. Después, se apaga”, lamenta. Su local, “Salomón Sanabria”, ofrece guitarras desde 650.000 hasta 4.000.000 de guaraníes, con ventas al extranjero gracias a la digitalización. Sin embargo, advierte: “La nueva generación no quiere entrar a los talleres”.

Los jóvenes son renuentes para entrar a los talleres, porque ven a sus padres “apenas sobreviviendo”, coinciden otros fabricantes de Cañada Garay. Sanabria responsabiliza al Estado: “El gobierno no ayuda. No hay proyectos ni políticas públicas para que podamos vender. Ni siquiera se donan guitarras a las escuelas para fomentar el aprendizaje musical”.
Voces de la experiencia: entre la nostalgia y la resistencia
Amado Núñez, otro lutier de larga trayectoria, asegura que la tradición continúa viva en su memoria familiar: “Aprendí de mi papá, y él de mi abuelo. En nuestra casa hacíamos guitarras, violines y contrabajos”. Hoy trabaja con un empresario de Asunción que sí tiene mercado, pero admite que la época de esplendor ya pasó.
Guzmán Díaz, también de Cañada Garay, confirma la caída del oficio: “Antes éramos como 60 fabricantes, hoy apenas quedamos entre 20 a 25”. Menciona que su mercado principal son los principiantes, aunque por más de una década exportó guitarras a EE.UU. Hoy, esa vía está cerrada.
Testimonios desde los talleres: lucha diaria por subsistir
Denis López, fabricante desde los 11 años, trabaja en el taller “Arpas y Guitarras Guarania”, propiedad de uno de los lutieres más conocidos y experimentados en Luque: don Aurelio Ruiz Díaz. “De esto vivimos. Hay precios desde 650.000 hasta 12.000.000 guaraníes, según la calidad”, señala López. Sus ingresos le permiten sostener a su familia, pero reconoce: “Está prácticamente en decadencia, los jóvenes ya no quieren aprender este oficio”.
En Marín Ka’aguy, Hermenegildo Galloso, fabricante desde los 15, lidera varias familias de 10 personas dedicadas a la guitarra. “Vivimos de esto, pero ganamos poco. Los intermediarios ganan más. La madera también empieza a escasear”, advierte.
El maestro Chávez: un patriarca de la guitarra que resiste a los 88 años

Manuel Chávez, del barrio Bella Vista, mantiene viva la tradición aprendida de su abuelo Sebastián Chávez, uno de los precursores de la fabricación de guitarras en Luque. A sus 88 años sigue trabajando en su taller. Sus hijos mellizos, Adrián y Néstor, también son lutieres, aunque los nietos desistieron: “No querían ganar poco”, cuenta Adrián.
La familia Chávez representa una excepción dentro de un panorama cada vez más sombrío. “Papá formó clientela, por eso nosotros todavía podemos continuar”, sostiene Adrián.
Jóvenes como eslabón intermedio: el caso de Carlos
Carlos Borja, hijo del lutier Roberto Borja, se dedica a la etapa final de las guitarras: pintura y barnizado. “Llevo cinco guitarras para terminarlas en casa”, comenta desde su motocicleta. Aunque aún inserto en la cadena artesanal, su caso evidencia la fragmentación del oficio y la falta de impulso para una formación integral.
¿Hay salida para la guitarra luqueña?
Los lutieres entrevistados coinciden en que sin apoyo estatal, sin generación de nuevos mercados y sin formación de relevo, la fabricación artesanal de guitarras en Luque tiene los días contados. Salvo contadas excepciones, como el proyecto de enseñanza escolar que promueve Ricardo Sanabria o la promoción cultural impulsada por la Lic. Luz Borja, el oficio se encuentra en retroceso.
El arte de fabricar guitarras, que durante generaciones dio identidad, sustento y orgullo a muchas familias luqueñas, hoy camina hacia un futuro “negro, negro, negro”, o “medio negro”, según como lo describen sus propios protagonistas.
¿Será posible revertir esta tendencia y salvar una tradición más que centenaria? El tiempo y el compromiso institucional lo dirán. Por ahora, los talleres resisten, pero cada vez con menos esperanza.
Próxima entrega: Cómo nació la guitarra en Luque, una historia de más de 100 años.